viernes, 23 de septiembre de 2016

BORIS Y EL OTRO LADO







Abrió los ojos y se encontró en una ciudad desconocida. Estaba sentado en un banco de plaza. Una plaza que era una mezcla de Palermo y el Central Park.

Es primavera y la gente pasa delante de él, sin notarlo. Algunos hablan en español y otros, en inglés.
«¿Estoy soñando o estoy muerto?»
Boris se mira las manos y éstas son reales. Las mueve como un estúpido y finalmente se detiene. Se incorpora y camina. Pasa por adelante de una disquería. Mira la vidriera y no lo puede creer. Tiene bateas con discos de vinilo. Decide entrar y la música que lo recibe es Help, de los Beatles. Un individuo detrás del mostrador lo mira curioso. Boris lo observa y se da cuenta que su aspecto recuerda los años 60: pelo largo, ropa de colores y un colgante con el símbolo de la paz. El tipo despacha a los clientes y se olvida de él. Un espejo al final del salón le devuelve su imagen. Boris queda paralizado. Tiene el aspecto de una persona joven: pelo largo, ropa de colores y pantalones Oxford. Su piel es tersa y su mirada está llena de vida.
«Si es un sueño, es fantástico»
Recorre las bateas y es asombroso: discos de Elvis Presley, Bob Dylan, Almendra, Joan Manuel Serrat y Miguel Abuelo. Sus manos acarician las carátulas y éstas lucen impecables. Unas chicas ríen cómplices en una cabina donde gira un long play.
«Esto es muy antiguo»
Sobre una de las paredes está colgado un televisor blanco y negro. Lo mira fascinado: pasan un discurso de John Kennedy y en la calle  una manifestación toca bombos y canta la marcha peronista.
«Son incorregibles»
Boris está totalmente anonadado. No entiende qué está pasando. Más adelante se topa con unos individuos vestidos de naranja que cantan Hare Krishna. Cerca de ellos, George Harrison firma autógrafos. Intenta acercarse pero no lo dejan.
«Esto es joda. No puede ser»
Sin pensarlo dos veces entra a un bar. Un lugar muy diferente. Realmente es un pub inglés típico. Parece Londres. Se acerca una señorita que le pregunta, en alemán, qué desea tomar. Boris la mira sin comprender, sin embargo, en un inglés perfecto, le pide una cerveza. La bebida, de color negro, es exquisita.
La cerveza, muy helada, le cae de maravillas. Por la ventana adivina el obelisco y un cielo diáfano. La voz de Julio Sosa cantando “cambalache”, lo intriga aún más. Cerca de su mesa está sentado Astor Piazzola leyendo el diario. El maestro le sonríe. Boris trata de entender lo que pasa. A medida que piensa, recuerda y desespera. Él tenía setenta años y tuvo un ataque al corazón. Debería estar muerto.
«¿Estoy muerto o no?»
Todo lo que está experimentando son recuerdos. Cosas que están en su cabeza. Se da cuenta que esos recuerdos se materializan a medida que piensa. Son sus recuerdos más queridos.
«¿Dónde carajo, estoy?»

-Hola, Boris.
Delante de él, una joven de rubios cabellos lo mira curiosa. Tiene una sonrisa fantástica. Dientes blancos y perfectos.
-¿Dónde estuviste? La barra te estuvo buscando durante mucho tiempo, pero nos dijeron que te habías ido.
La muchacha en cuestión es Jenny, su primera novia. Mientras espera la respuesta, mastica un chicle y hace globos irreverentes. El olor a frutilla lo trae a la realidad.
-No te lo puedo explicar. No me entenderías.
-No importa. La barra se junta dentro de una hora para ir al cine. Estamos como locos: dan la película del festival de Woodstock.¿Querés venir? Nos juntamos en la Perla del Once. Te espero.
Me guiñó un ojo y despareció como por arte de magia.

Salió del lugar que ahora tiene el aspecto de un bar porteño típico. Caminó unas cuadras y de pronto se encontró frente al Cementerio de la Recoleta.
Boris sintió una corriente de aire frío y miró sus manos. Estaban arrugadas y temblorosas. En la puerta del cementerio una figura conocida lo espera: es John Lennon y le hace señas en forma insistente. Boris sonríe complacido y ambos cruzan la puerta de entrada.
«Era hora, amigo, me estaba poniendo nervioso»

Una lluvia de colores brillantes cae desde el cielo. La murga del negro Rada, con sus tambores a pleno, está tocando en la Quinta Avenida. El sol en el cenit. Beethoven dirige la Filarmónica de Berlín y Hitler llora ante una flor.


© 2016 Fernando Cianciola