BORIS Y EL OTRO LADO
Abrió
los ojos y se encontró en una ciudad desconocida. Estaba sentado en un banco de
plaza. Una plaza que era una mezcla de Palermo y el Central Park.
Es
primavera y la gente pasa delante de él, sin notarlo. Algunos hablan en español
y otros, en inglés.
«¿Estoy
soñando o estoy muerto?»
Boris
se mira las manos y éstas son reales. Las mueve como un estúpido y finalmente
se detiene. Se incorpora y camina. Pasa por adelante de una disquería. Mira la
vidriera y no lo puede creer. Tiene bateas con discos de vinilo. Decide entrar
y la música que lo recibe es Help, de
los Beatles. Un individuo detrás del mostrador lo mira curioso. Boris lo
observa y se da cuenta que su aspecto recuerda los años 60: pelo largo, ropa de
colores y un colgante con el símbolo de la paz. El tipo despacha a los clientes
y se olvida de él. Un espejo al final del salón le devuelve su imagen. Boris
queda paralizado. Tiene el aspecto de una persona joven: pelo largo, ropa de
colores y pantalones Oxford. Su piel es tersa y su mirada está llena de vida.
«Si
es un sueño, es fantástico»
Recorre
las bateas y es asombroso: discos de Elvis Presley, Bob Dylan, Almendra, Joan
Manuel Serrat y Miguel Abuelo. Sus manos acarician las carátulas y éstas lucen
impecables. Unas chicas ríen cómplices en una cabina donde gira un long play.
«Esto
es muy antiguo»
Sobre
una de las paredes está colgado un televisor blanco y negro. Lo mira fascinado:
pasan un discurso de John Kennedy y en la calle
una manifestación toca bombos y canta la marcha peronista.
«Son
incorregibles»
Boris
está totalmente anonadado. No entiende qué está pasando. Más adelante se topa
con unos individuos vestidos de naranja que cantan Hare Krishna. Cerca de ellos, George Harrison firma autógrafos.
Intenta acercarse pero no lo dejan.
«Esto
es joda. No puede ser»
Sin
pensarlo dos veces entra a un bar. Un lugar muy diferente. Realmente es un pub
inglés típico. Parece Londres. Se acerca una señorita que le pregunta, en
alemán, qué desea tomar. Boris la mira sin comprender, sin embargo, en un
inglés perfecto, le pide una cerveza. La bebida, de color negro, es exquisita.
La
cerveza, muy helada, le cae de maravillas. Por la ventana adivina el obelisco y
un cielo diáfano. La voz de Julio Sosa cantando “cambalache”, lo intriga aún
más. Cerca de su mesa está sentado Astor Piazzola leyendo el diario. El maestro
le sonríe. Boris trata de entender lo que pasa. A medida que piensa, recuerda y
desespera. Él tenía setenta años y tuvo un ataque al corazón. Debería estar muerto.
«¿Estoy
muerto o no?»
Todo
lo que está experimentando son recuerdos. Cosas que están en su cabeza. Se da
cuenta que esos recuerdos se materializan a medida que piensa. Son sus recuerdos más queridos.
«¿Dónde
carajo, estoy?»
-Hola,
Boris.
Delante
de él, una joven de rubios cabellos lo mira curiosa. Tiene una sonrisa
fantástica. Dientes blancos y perfectos.
-¿Dónde
estuviste? La barra te estuvo buscando durante mucho tiempo, pero nos dijeron
que te habías ido.
La
muchacha en cuestión es Jenny, su
primera novia. Mientras espera la respuesta, mastica un chicle y hace globos
irreverentes. El olor a frutilla lo trae a la realidad.
-No
te lo puedo explicar. No me entenderías.
-No
importa. La barra se junta dentro de una hora para ir al cine. Estamos como locos:
dan la película del festival de Woodstock.¿Querés venir? Nos juntamos en la
Perla del Once. Te espero.
Me
guiñó un ojo y despareció como por arte de magia.
Salió
del lugar que ahora tiene el aspecto de un bar porteño típico. Caminó unas
cuadras y de pronto se encontró frente al Cementerio de la Recoleta.
Boris
sintió una corriente de aire frío y miró sus manos. Estaban arrugadas y
temblorosas. En la puerta del cementerio una figura conocida lo espera: es John
Lennon y le hace señas en forma insistente. Boris sonríe complacido y ambos
cruzan la puerta de entrada.
«Era
hora, amigo, me estaba poniendo nervioso»
Una
lluvia de colores brillantes cae desde el cielo. La murga del negro Rada, con
sus tambores a pleno, está tocando en la Quinta Avenida. El sol en el cenit.
Beethoven dirige la Filarmónica de Berlín y Hitler llora ante una flor.
© 2016 Fernando Cianciola