viernes, 14 de febrero de 2020


CINE LOS DÍAS DE LLUVIA




Las luces se van apagando con lentitud y la oscuridad invade el lugar. Las formas voluptuosas de una femme fatale, con mirada lánguida y envuelta en una voluta de humo, hace su aparición en la pantalla. El cigarrillo apenas cuelga de sus labios carnosos. Es una vieja película de los años cuarenta, en blanco y negro, con hombres duros y mujeres pecadoras.
               Francisco es un hombre que gusta ir al cine los días de lluvia. Es un hombre gris con una vida gris. Suele ver todo tipo de películas, sin embargo, su predilección está en los cineclubs, donde pasan cintas viejas. Ama las películas en blanco y negro. Son sus preferidas. Es un romántico del cine y de la vida.
      Hoy dan una con Rita Hayworth. Francisco llega a horario, como siempre. Espera en la antesala y cuando dan el aviso, busca la ubicación preferida: fila doce al medio. La película está por comenzar. Las luces van desapareciendo y  busca sus anteojos, los limpia con el pañuelo y, según su particular costumbre, se saca los zapatos. Total, nunca nadie lo advierte y él disfruta con la travesura.
      Sumergido en la trama no advierte que junto a él se sienta una mujer. Cuando se da cuenta, su pulso se acelera. La dama en cuestión es muy bella, casi como una artista de cine.
      La película transcurre sin sobresaltos en escenarios sórdidos, que resaltan los atributos de la protagonista. De vez en cuando Francisco mira de soslayo a la mujer sentada en la butaca de la derecha. Ella, absorta, no lo registra, pero es hermosa, tan hermosa como la Hayworth.
La película sigue su curso entre escenas de amor y el enfrentamiento de hombres violentos. Cuando la Hayworth se besa apasionadamente con el galán, −que no es otro que el malvado James Cagney−, él querría hacerlo con la morocha que está a su lado. Siente que su cuerpo ha despertado y la excitación lo domina. Está tentado de tocar la mano de la mujer que, apoyada a escasos centímetros, parece desafiarlo.
Los ojos de Francisco van desde la pantalla a la figura de la mujer. El sufrimiento de la Hayworth en la pantalla es tan intenso que la morocha empieza a lagrimear.
Sin pensarlo dos veces, nuestro hombre le dirige la palabra:
–Perdón, señorita. ¿Desea un pañuelo?
Ella se da vuelta sorprendida y responde con timidez:
-Gracias, tengo.
De la cartera extrae uno de papel y seca sus lágrimas con delicadeza. Francisco muere de emoción y se imagina que la escena es parte de la película.
En la pantalla se acerca el final y el drama se intensifica. Cagney descubre que la Hayworth lo traiciona con su mejor amigo y en un arranque de locura le pega un tiro.
-¡Qué horror! –murmura la morocha conmovida.
-¡Una tragedia! –responde Francisco, haciéndose eco de las palabras de la mujer.
Las luces de la sala se encienden y los encuentra mirándose a los ojos. Francisco está convencido que ha encontrado a la mujer de sus sueños. Una mujer de película.
 La gente los obliga a salir y lentamente caminan hacia la antesala. Francisco trata de no perderla entre la gente. Se imagina en un bar tomando un café y hablando de la película con ella.
-Señorita…
-¿Sí? –responde ella con naturalidad.
-Linda película, ¿No?
-Muy linda. La Hayworth es mi preferida.
Francisco parece flotar de felicidad. Se da cuenta que la afinidad está a la vista.
-Señorita…
-¿Sí?
-¿No le gustaría tomar un café y así charlamos sobre la película?
La sonrisa de la mujer le augura un triunfo demoledor.
-Con gusto, señor, pero…
-¡Marcia!
Frente a ellos, y en la vereda, un señor con un niño en brazos la está llamando.
-Adiós, señor. Fue un gusto.
-Adiós, señorita…un verdadero placer.


© 2020 FERNANDO CIANCIOLA



FACE TO FACE 





Se miraron por primera vez y la emoción los dejó perplejos. Las palabras se amontonaron tratando de salir, pero ninguno de los dos atinó a decir algo. Habían pasado diez años de Facebook. Qué locura. Eran de carne y hueso y apenas lo podían creer. Estaban tratando de parir un diálogo, como cuando Eva enfrentó a Adán.


© 2020 FERNANDO CIANCIOLA


EL ENREDADO 




Instagram, Facebook, Twitter, WhatsApp. Navega las veinticuatro horas y casi no duerme. Su cuerpo físico está desapareciendo y en las redes brilla como nadie. Hay momentos en que no sabe dónde se encuentra, ni quién es. Ha multiplicado sus aparatos electrónicos y tiene un millón de seguidores.
Vive solo. El perro se fue ofendido y el canario dejó de cantar. Alguien intentó cortarle la electricidad pero tiene un grupo electrógeno. Su avatar lo ha desplazado de tal forma que está por tomar su identidad y hacerlo desparecer.
Hoy alguien golpeó a su puerta y lo sobresaltó. En su mundo virtual eso era algo inusual. Al tercer golpe decidió abrir. El niño lo miró fijo y, con voz angelical, le dijo:
—Vengo a salvarte.
Sus manos atesoraban bolitas de colores.
El tipo enmudeció. Ese niño era él.
—Ven conmigo, todavía hay tiempo.


© 2020 Fernando Cianciola


SORPRESA





Le fascinaba coleccionar caracoles. Los tenía de pequeños y grandes tamaños. Unos provenían de sus viajes al Caribe y otros de sus paseos por las playas de Monte Hermoso. Un verano, mientras escuchaba el sonido que producían, oyó una voz pidiendo auxilio.





© 2020 Fernando Cianciola