YO,
EL GATO
Llevo más de dos
años viviendo con estos tipos. El viejo, don Raúl, es cariñoso; el hijo,
Alfonso, un pelotudo que, además, me odia. Temo que en cualquier momento
encuentre una excusa para envenenarme. Debo andar con cuidado.
Don Raúl es un jubilado que pasa las horas
leyendo el diario y protestando contra el mundo. Si no lee, come. Si no come,
duerme.
Pero lo disculpo. A veces se acuerda de mí
y me tira algunas sobras. El viejo cocina y bastante bien.
Don Raúl vive con
el insoportable de su hijo, Alfonso. A ese sí lo tengo entre ojos. Además de
ser pelotudo, es un verdadero hijo de puta. Goza haciendo maldades con los
vecinos. Les rompe las bolsas de residuos y estaciona el auto frente a los
garajes cercanos. Da y recibe seguido. Suele llegar con algunos moretones y se
cree que yo no lo veo. Ojalá lo revienten algún día.
El ruido de la
llave en la cerradura me pone en alerta. Acaba de llegar.
–¿Qué preparaste para comer? –pregunta con desprecio.
El viejo, que
además de viejo es un poco sordo, no le responde. Está concentrado leyendo el
suplemento deportivo.
-¡Pregunté qué
preparaste de comer, viejo inútil! –insiste Alfonso, amenazante.
Don Raúl se
sobresalta. Apoya el diario sobre la mesa y lo mira con odio.
Esto se va a poner
interesante, los dos no se llevan muy bien que digamos. Puede ocurrir cualquier
cosa. Al hijo no se le conoce mujer alguna; al padre, bueno, quedó viudo en
circunstancias sospechosas. Son dos tipos jodidos que viven bajo el mismo
techo.
–No escuché lo que
dijiste, pero por las dudas: ¡Que te recontra, malnacido! –responde el viejo
desafiante.
Sorpresivamente el
hijo le aplica al padre un golpe en el estómago y lo
acusa de matar a la madre.
El viejo cae
estrepitosamente entre la mesa y el sillón. Por las dudas me escabullo entre
los muebles, no sea que la ligue. Soy un gato precavido.
-¡Estás loco, no
sabés lo que decís! –protesta don Raúl con rencor.
El viejo se
incorpora y parte rumbo a la cocina. Al rato regresa con la comida que deposita
en la mesa sin decir nada. Alfonso ha prendido el televisor y comenta lo que ve
murmurando una sarta de estupideces.
Suelo mirar esta escena desde el sillón, cuando puedo usarlo. Es una
escena repetida. El hijo no me banca y, en muchas oportunidades, amaga con una
patada. Como venganza, le meo los zapatos.
Padre e hijo son
iguales, hacen los mismos movimientos. Es patético verlos actuar. Yo creo que
estos tipos están medio locos. Se odian pero allí están, uno junto al otro.
Unos enfermitos del carajo.
-¡Comida de mierda!
¡No me gusta! –exclama con violencia, Alfonso.
Por las dudas pego
un salto y me refugio debajo del aparador.
El viejo no responde. Retira los platos en
silencio mientras que el muy desagradecido prende un cigarrillo, como si nada.
En cualquier momento puede ocurrir una desgracia y no tengo ganas de
presenciarlo. Ha llegado la hora de largarme.
Con sigilo salgo al
patio, trepo el muro, y me pierdo en la noche.
Mencantó, de verdad. Que se yo... tiene ritmo, intriga y una descripcion del entorno, que te hace sentir que estas alli. Ademas, el "tamaño" es justo, por lo menos para mi. Eso de Galeano... viste, que en poco dice mucho.
ResponderEliminarMencantó.
A diferencia del perro, cuando huele quilombo se va. Supongo que así se explica porque tengo tantos gatos en la terraza del vecino.
ResponderEliminar